Primavera Árabe: ¿un paso hacia la democracia?

Aquí comparto un ensayo que escribí para la Revista Latitudes sobre la democracia en el Medio Oriente en el contexto de la Primavera Árabe.

Fuente orignal: http://revistalatitudes.org/2011/11/20/primavera-arabe-un-paso-hacia-la-democracia/

Primavera Árabe: ¿un paso hacia la democracia?

La Primavera Árabe y sus profundas implicaciones en la región requiere que investiguemos el entramado político que se ha venido desarrollando para tener una mayor comprensión hacia donde se dirige el Medio Oriente. Es fundamental en el análisis que estudiemos cómo el levantamiento popular en los diferentes países presupone un problema de estabilidad y seguridad para los estados-nación que componen esta rica región petrolera debido a que plantea un problema de seguridad para potencias controvertibles como la República Islámica de Irán y el Reino de Arabia Saudita.

Un repaso a la trayectoria de la mayoría de los regímenes en la región que han sido sacudidos por la Primavera Árabe demuestra que los diferentes regímenes trataron de adaptarse a las condiciones políticas internas e internacionales para preservar su poder antes que surgieran los alzamientos populares en la región y aunque el factor represión estuvo presente, también abrazaron formas limitadas de liberalismo político.

Cuando se habla de democracia en el mundo árabe se tiende a desarrollar una visión occidental del término y se esboza un discurso que establece al estado de Israel como modelo de comparación para alcanzar esta aspiración. Esta visión occidental no necesariamente es compartida entre la mayoría de los habitantes de la región. Los intereses de Estados Unidos en la región han propendido directamente en mantener el libre flujo de petróleo. Para garantizarsu libre tránsito, los Estados Unidos de América han apoyado regímenes autoritarios buscando estabilidad en el acceso de esta fuente de materia prima que representa parte esencial de la economía mundial. También la política exterior de esta nación norteamericana se fundamenta en un apoyo a Israel, el aliado más estrecho que tiene en la zona.

 La Primavera Árabe representa en la región una apertura hacia nuevas formas de organización política. Una posible dirección es la democracia. La nación más poderosa del mundo, los Estados Unidos de América, ha tenido como objetivo la democratización para la región. Los eventos en el Medio Oriente invitan a que nos acerquemos a investigar un poco del trasfondo histórico y sociopolítico de la democracia en la región en el contexto de estos levantamientos populares que han ya derrocado los gobiernos de Túnez, Egipto, Libia y presentan extrema volatilidad a la estabilidad de los regímenes de países como Yemen, Siria y en cierto grado Bahréin.

Escribió el poeta Antonio Machado que “sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire, jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela”. En esta conflagración política es imperativo trazar una ruta que nos dé un poco de claridad en este profundo mar político del que posiblemente salgan victoriosas fuerzas antagónicas al realismo político existente, lo que plantearía el re-alineamiento de poderes internos y regionales en un nuevo comenzar que no estará exento de la volatilidad que ha caracterizado la zona, particularmente desde finalizada la Segunda Guerra Mundial en el siglo XX.

Miramientos sobre democracia: una somera aproximación al medio Oriente

 Si hay algo que podemos hoy día afirmar categóricamente es el hecho de que la Primavera Árabe no solo ha revolucionado la vida y sociedad de la región y ha puesto en jaque la política exterior de muchos países con intereses en la zona, sino que también ha samaqueado las ciencias sociales y las humanidades que habían comenzado a estudiar el Medio Oriente desde una perspectiva transdisciplinaria en términos sociológicos, políticos, religiosos, económicos y antropológicos.

Al abordar el estudio de la política, los científicos políticos habían relegado la región a un segundo plano ya que la veían como una región exótica y ajena al análisis comparativo.1 Un tema recurrente a partir de la década de 1990 fue la posibilidad del desarrollo de la democracia en la región. Científicos políticos de gran prestigio académico como Samuel Huntington decían que las posibilidades para su desarrollo eran escasas.2

Luego de la caída de la Unión Soviética y el colapso del comunismo en 1991, emergió un discurso que exponía al liberalismo capitalista occidental -y la democracia que el mismo encarnaba- como la herramienta ideal para el desarrollo vanguardista de todas las sociedades del mundo. Este planteamiento del “fin de la historia” y un nuevo orden mundial chocaba con la realidad de la zona, donde la mayoría de los países históricamente se habían caracterizado por tener sistemas políticos monárquicos autoritarios con evidentes poderes absolutos.3

Para explicar su persistencia como sistema rector- en una región que para el año 2005 tenía aproximadamente 305 millones de habitantes4 -el principal argumento que se ha esgrimido consistentemente -desde la comunidad académica- plantea que el determinismo cultural particular de la zona ha prevenido el desarrollo de otras formas de organización política, incluyendo la democracia.5

La profesora Lisa Anderson, actualmente presidenta de la Universidad Americana en el Cairo, como especialista en la región, planteó en un trabajo académico publicado en la revista Comparative Politics en el 1987que se debe visualizar el florecimiento de los regímenes autoritarios en el Medio Oriente en el contexto de lo que ella llama “un accidente histórico” debido a la política colonial anglosajona a principios del siglo XX que utilizaba la zona como “extensión” de sus poder. Por consiguiente, estos poderes iban a establecer sistemas políticos que fuesen afines a sus intereses.6Otro argumento evocaba la represión política como un gran obstáculo en el paso de la democracia y la eventual desaparición del autoritarismo árabe.

 Podemos afirmar que la Primavera Árabe ha repercutido en el represivo sistema político dominante de la región, llevándolo a revaluar su legitimidad de cara al futuro.

 Democratización, legitimidad y reformismo: paradojas en el autoritarismo árabe en el Norte de África

 Cuando hablamos de democracia para el Medio Oriente debemos preguntarnos en qué función corresponde la misma. ¿Es acaso la aspiración democrática de las sociedades del mundo árabe compatible con los intereses externos a la región? A pesar de las percepciones positivas que el término evoca, el concepto es uno que se hace difícil de definir y que se tiende a entender según las realidades de la zona en que se esboza. No hay un molde que garantice la democratización de una sociedad. Esta debe responder como una expresión contundente de las masas. La permanencia de un régimen político debe fundamentarse en la legitimidad.

El Dr. Thomas Nagel, profesor de filosofía de la Universidad de Nueva York, dice que un sistema político es legítimo cuando “…las personas que viven bajo el no tienen bases para elaborar la protesta contra la manera en que la estructura básica del sistema se acomoda a su punto de vista y nadie esta moralmente justificado para retirar su cooperación al funcionamiento del sistema tratando de subvertir sus resultados o tratando de invalidarlo…” 7

Cuando un régimen político pierde legitimidad es que ya no representa la mejor alternativa de organización política para satisfacer los intereses de los individuos y presupone el advenimiento de una crisis para su eventual reemplazo. Esta crisis puede reunir los elementos necesarios para que sea súbita (y desemboque en el derrocamiento de la clase social dominante) o paulatina, lográndose aplazar debido a la presión ejercida por la clase dominante que ha perdido toda legitimidad ante el pueblo y el conglomerado de clases sociales que exige su salida.

Los gobernantes y el sistema político autoritario en el Medio Oriente y el Norte de África habían perdido legitimidad, pero no se habían creado las condiciones necesarias para que fuesen sacados del poder. Fue en Túnez, un país poco conocido en Occidente donde comenzóa mediados del mes de diciembre de 2010- un movimiento popular exigiendo la retirada del presidente Ben Ali del poder. El detonante fue la grave crisis económica, el alto desempleo y la corrupción rampante del régimen del ahora ex-presidente que dirigió los destinos de esta nación del Norte de África por más de 20 años.

Samuel Huntington presagió en uno de sus textos 8 la extinción de la monarquía como sistema político y argumentó que, aunque el sistema monárquico tiene un monopolio del poder que le permite llevar acabo transformaciones sociales, los monarcas tienden a no expandir la base social del estado, excluyendo las clases sociales que son formadas por dichas revoluciones. Esto es lo que ha ocurrido en la región desde que fue intervenida por potencias coloniales de Occidente desde principios del siglo XV.9 Los regímenes autoritarios son productos de esas políticas coloniales y aunque las mismas habían implantado un paulatino reformismo -que en cierta medida respondía a un discurso enfocado a la condescendencia hacia los poderes extranjeros- no permitía la participación real de todas las clases sociales y el poder permanecía en la casta dominante.

 No hubo una distribución real de la riqueza generada por el estado-nación, la misma se mantuvo fluyendo solamente hacia la élite.

 Asimismo, se ha establecido que en la democracia, el poder político emana de la sociedad pero no hay un cuerpo que represente de manera exclusiva la verdad, por lo que “la omnipresencia de un poder central se hace insostenible”10 y esun requisito indispensable para la aspiración democrática: la ruptura del poder absoluto que supone el autoritarismo. Esta ruptura y eventual transición: “Es producto de interacciones complejas entre el estado y las dinámicas sociales que toman tiempo para alcanzar resultados”.11

Un acercamiento a las diversas teorías de democratización revela que no hay consenso acerca de su desarrollo. Desde una vertiente de la teoría de modernización se argumenta que las sociedades que se han desarrollado económicamente – con algunas importantes excepciones como India-tienden a ser democráticas.12 El profesor Raymond Hinnebusch de la Universidad de San Andrews en Escocia, señala que la fragmentación de las comunidades árabes en identidades sub and supra-estatales debilitaba la identificación necesaria para tener una cohesión que permitiera la democracia, por lo que las clases políticas dominantes recurrieron al autoritarismo para asegurar la integridad territorial del estado.

Según Dr. Georg Sorensen,profesor de ciencias politicas de la Universidad de Aarhus en Dinamarca, la democratización de las sociedades debe tener dos características importantes: competitividad a través de la liberación (pluralismo) y la igualdad política por medio de la inclusión.13Los estados-nación pueden manifestar liberación política pero con acceso restringido al poder e igualmente podemos tener estados inclusivos pero sin la liberación política necesaria de una democracia. Un repaso a la trayectoria de la mayoría de los regímenes en la región que han sido sacudidos por la Primavera Árabe demuestra que los diferentes regímenes implantaron medidas limitadas de liberalismo político.

El evento de mayor trascendencia en la región antes de las revueltas del 2011 fue la invasión norteamericana a Irak en el 2003. Dicha incursión fundamentada en el contexto de la “Guerra contra el Terrorismo14 representó una oportunidad para los Estados Unidos de enfatizar en un desarrollo político con la democracia como norte para la región. En Egipto, el régimen de Hosni Mubarak implantó una serie de reformas que fomentaron una apertura hacia la liberación política, implantadas bajo una fuerte presión de Estados Unidos. Se liberaron prisioneros políticos, se permitió mayor participación de candidatos independientes en las elecciones y la represión contra los Hermanos Musulmanes -grupo musulmán de mayor influencia en la sociedad egipcia- fue poco a poco disminuyendo.

El gobierno estadounidense visualiza a Egipto como un estado clave para garantizar la estabilidad de la zona. Simultáneamente la élite egipcia logró preservar su poder evitando el cese del flujo de asistencia por parte de Estados Unidos. Los últimos cálculos de 2010 -antes de la salida de Mubarak del poder- señalan que la ayuda anual alcanzó los $1.3 billones que iban principalmente a las fuerzas armadas egipcias.15 Al llegar las primeras manifestaciones, el estado fue tomado por sorpresa dado la perseverancia de los participantes. Cuando se hizo imposible contenerlas, se recurrió a la represión violenta, sucumbieron las libertades brindadas pero lo que no contaba el estado egipcio era lo que ocurriría luego. El régimen cavó su tumba al perder la legitimidad política otorgada por las potencias occidentales y se hizo insostenible la permanencia de Mubarak al poder.

El clima político local bajo el régimen de Ben Ali en el estado-nación de Túnez estuvo marcado por un alto grado de represión contra grupos opositores al régimen, una supresión de las libertades fundamentales a los ciudadanos y un estricto control del acceso a la prensa por parte del estado. Una característica imprescindible del desarrollo del sistema político tunesino -luego de la llegada al poder de Ben Ali en el 1987- fue que el propio partido dominante creó un movimiento de oposición que participaba en el proceso electoral para aparentar un clima de apertura democrática en la sociedad de esta nación africana. En palabras del profesor Larbi Sadiki de la Universidad de Exeter en Gran Bretaña, el régimen de Ben ali desarrolló un estado autoritario con una “democracia electoral hecha a su conveniencia que aunque permitió un limitado grado de inclusividad y de competitividad, la alternancia al poder resultaba imposible.16

Con la caída de Libia a manos de las fuerzas del Consejo Nacional de Transición y la muerte del Coronel Muamar el Gadafi a manos de rebeldes el pasado 20 de octubre de 2011,la Primavera Árabe completó el derrocamiento del pretorianismo en el Norte de África. La aparición del “pretorianismo” (entiéndase la intervención de los militares en la política) ha representado una característica del mundo árabe, que aunque no es exclusiva de la zona se manifestó en estados-nación poderosos como Egipto y Libia. Gadafi estuvo en el poder 42 años y gobernó con mano de hierro. Al igual que la imagen pintoresca que proyectaba, el sistema político que implantó en su país era un conjunto de ideas que intercalaban diversidad de planteamientos por lo que se hacen difícil identificar en un lugar particular del espectro ideológico. Gadafi publicó en tres partes -comenzando en el 1975- un libro conocido como el libro verde que establecía los lineamientos políticos de su régimen. En el mismo se resaltaba al socialismo como solución a los problemas económicos y -entre muchas otras cosas- prohibía la existencia de partidos políticos. Dentro de las ciencias políticas podríamos catalogarlo como un régimen pretoriano autoritario. Si Gadafi pudo bandearse por tanto tiempo en el poder fue suprimiendo cualquier disidencia, entablando complejas relaciones internacionales y utilizando el terrorismo como arma en un peligroso juego de poder.

Uno de los escasos logros que se le puede atribuir a la administración del presidente estadounidense George W. Bush fue que hizo que el régimen de Gadafi renunciara a la producción de armas de destrucción masiva. Al comprometerse, Libia fue poco a poco moviéndose hacia una apertura que le ganó el reconocimiento pleno por parte de las potencias occidentales. La política exterior de Estados Unidos hacia Libia fue en función de sus intereses de seguridad nacional, ya que al igual que las relaciones con sus aliados en el Medio Oriente, la misma iba por encima de las aspiraciones de los habitantes del mundo árabe. Al germinar las semillas de las manifestaciones iniciadas en el estado-nación de Túnez, y la respuesta violenta por parte de Gadafi que creó las condiciones necesarias para un levantamiento armado, las potencias occidentales encabezadas por Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia procuraron la remoción de Gadafi y su régimen.

La compañera Griselle M. Calderon Morales de la Revista Latitudes expuso que los habitantes de Libia comenzaron a combatirlo debido a “la falta de libre expresión, las opresión sangrienta y las amenazas del gobierno”.17 La situación política en Libia conjuntamente con la del estado de Yemen en el contexto de la Primavera Árabe puede representarse como una revolución. Samuel Huntington definió la revolución como “un cambio rápido fundamental y violento en los valores y mitos dominantes de una sociedad, en sus instituciones políticas, su estructura social, su liderazgo y la actividad y normas de su gobierno”.18

El hecho de que la formación social del estado libio no se manifestó en un estado unitario sino que fue basado en la composición tribal que históricamente ha dominado el área y que el régimen de Gadafi haya excluido grupos en el traspaso de riquezas presupone que estos tengan un resentimiento histórico. Representando, a su vez, dos de un sinnúmero de obstáculos que deben ser superados hacia la reconciliación estatal que permita la transición hacia otro régimen político en ese país.

Podemos indicar que los procesos de mayor apertura política en la región antes de que ocurrieran las primeras manifestaciones de la Primavera Árabe se manifestaron en el ámbito electoral. Con excepción de Libia, en el norte de África, el estado-nación de Túnez llevó a cabo elecciones presidenciales en el 2009 y Egipto hizo lo propio en el 2005. Al permitir elecciones- aunque los sistemas políticos eran autoritarios- garantizaban el apoyo de aliados en la comunidad internacional, minimizaban los cuestionamientos a su legitimidad y en cierto sentido lograban que la presión social interna en contra del régimen se redujera momentáneamente. Lo mismo podríamos decir que sucedió en la península arábica con los estados de Arabia Saudita (2005), Yemen (2006) y Bahréin (2010).

 Primavera Árabe: Democracia, estabilidad y seguridad

 La posibilidad de que se establezcan gobiernos democráticos en la región presenta un reto al conjunto de países que -aunque han confrontado manifestaciones como parte de la Primavera Árabe- permanecen políticamente estables. De ese grupo resaltan la República Islámica de Irán y el reino monárquico de Arabia Saudita.

 Podríamos señalar que la República Islámica está apostando a que, en la emergencia de nuevas clases dominantes en los diversos países, se establezcan grupos con un prominente discurso anti-americano lo que supondría que Irán se prestaría a entablar relaciones diplomáticas con los mismos. La importancia de Irán radica en que su gobierno actualmente desarrolla un programa nuclear que las potencias occidentales ven como escepticismo, trazando así un radical discurso anti-americano y anti-israelita, financiado por una vasta red de grupos milicianos -incluyendo el grupo Hamás en los territorios ocupados de Palestina y Hezbolá en el Líbano- alrededor de la región. La posibilidad de que Irán esté próximo a desarrollar armas nucleares en esta volátil región pone de manifiesto su creciente poderío a nivel regional.

La guerra en Irak (2003) le abrió las puertas al florecimiento de una política de expansión de influencias. La caída del régimen de Saddam Husein -enemigo acérrimo de los ayatólas de Irán- y la eventual lucha de poder desembocó en un resurgimiento del conflicto intra-sectario musulmán.

 Aunque la génesis del estado-nación de Irán tiene como protagonista principal el imperio Persa que dominó la zona hace miles de años, fue el Islam el que terminó transformando las relaciones sociales en la zona. Del complejo entramado de luchas por la sucesión en el Islam surgió la división de sociedades entre fundamentalmente dos grupos que se han conocido como los sunitas y los chiítas.

La mayoría de la población en Irán profesa el chiísmo como vertiente del Islam. En Irak, la población es predominantemente shiíta, lo que permitió el desarrollo de una política exterior iraní efectiva en contrarrestar la ocupación norteamericana en Irak. La misma fue en conflagración con los diversos grupos chiítas iraquíes que históricamente han tenido lazos estrechos con la república islámica.

Un estudio comisionado por el Instituto de la Paz de Estados Unidos plantea que las metas regionales de Irán parecen ser “principalmente defensivas”. La autora del estudio plantea que para alcanzarlas, Irán persigue “una política de adquirir profundidad estratégica para prevenir que sus sistema político sea intervenido por potencias extranjeras. Desea ser reconocida como una potencia regional y quiere minimizar acciones que pongan en peligro sus intereses”.19 Irán siempre ha respondido con represión a las protestas multitudinarias en su suelo, no se ha abierto a reformar sistema que es dominado por clérigos y protegido por la famosa Guardia Revolucionaria.20

Los intentos de reformas y la apertura social que fueron eje central en las políticas internas del quinto presidente iraní Mohammad Katami chocaron contra el fundamentalismo religioso lo que permitió un endurecimiento de las políticas internas al llegar al poder el ingeniero civil y otrora alcalde de la capital Teherán: Mahmoud Ahmadinejad en el 2005. En el 2009, otra crisis política se vivió en el país luego de las elecciones en las que se acusó al régimen de favorecer la reelección de Ahmadinejad y en las cuales hubo un serio reclamo de fraude por parte de elementos internos conservadores.

El ayatola Ali Khamenei, líder supremo de Irán se ha expresado públicamente a favor de la Primavera Árabe, igualándola a las manifestaciones que desembocaron en la caída de la monarquía del shah y el establecimiento del estado musulmán de Irán.21,22 Este planteamiento del poder dominante en Irán trata de distorsionar lo que ocurre en Medio Oriente estableciendo un doble discurso para evitar el desarrollo de las mismas en su país.

La monarquía absoluta de Arabia Saudita ha podido mantenerse sin rasguños mayores en el contexto de la Primavera Árabe gracias a una visión estratégica -que le ha resultado exitosa hasta este momento- en la que ha jugado con una política entre un férreo control político interno y una liberación política extremadamente limitada. Podemos decir que ha sido el estado-nación que más abiertamente ha contrarrestado los posibles efectos de la Primavera Árabe. Como dice el periodista y experto en Medio Oriente John R. Bradley, Arabia Saudita tiene “la determinación de liderar una contrarevolución a nivel regional”.23 Cuando el reinado de Bahréin, con una monarquía dominante de extracción sunita pero minoritaria ante una población predominantemente chiíta enfrentó una oleada de manifestaciones producto de este levantamiento popular, el reino Saudí no dudó en enviar un contingente de sus fuerzas armadas para repelerlas.

El hecho más relevante como parte de esta política y que constituye un paso de avance en el advenimiento de mayores derechos en esta monarquía absolutista -que se ha atribuido a la Primavera Árabe- es que el rey Abdullah anunció el pasado 25 de septiembre de 2011, que las mujeres van a tener derecho al voto y podrán participar como candidatas a los concilios locales para el 2015(shuras).24

Un escenario geoestratégico que pueda plantear la posibilidad de la emergencia de gobiernos democráticos en la zona representaría una amenaza a la legitimidad del reinado. Por lo que podemos esperar que Arabia Saudita utilice sus influencias para favorecer grupos políticos que sean afines o no representen una amenaza para sus pretensiones de dominio en la región. John R Brandley plantea -en el artículo anteriormente citado- que estos grupos serán islámicos de extracción sunita dado la ideología religiosa que prevalece en la monarquía.

Históricamente Arabia Saudita ha financiado grupos alrededor de la región con fines estratégicos como por ejemplo el grupo Hamas en Gaza y La Hermandad Musulmana en Egipto. Por lo que no debe sorprender lo que afirma el autor y utilizo de ejemplo, de que ya la Hermandad Musulmana en Egipto está lista para asegurar su espacio en el futuro gobierno egipcio con la ayuda del reino Saudí.

Podemos esperar una lucha entre diversas naciones para asegurar el mejor acceso al entramado político particular de cada estado-nación. Aunque sus reacciones han sido divergentes tanto Irán como Arabia Saudita convergen en su oposición a la Primavera Árabe lo que los puede acercar, en el corto plazo, a prevenir el ascenso de grupos que manifiesten mayores libertades para las sociedades; y a largo plazo, a luchar por la hegemonía regional.

 ¿Es posible la democracia en el Medio Oriente?

 La contestación a esta pregunta dependerá del grado de transformación sociopolítica que se logre en cada país. Cuando cae el tirano conjuntamente con el sistema se presenta un vacío de poder abierto a la sociedad, en esta etapa comienza un proceso extremadamente difícil de acomodo social que puede generar violencia si no se lleva a cabo de manera inclusiva. Si cae el tirano pero el sistema permanece inalterado la posibilidad de cambio responderá a la sucesión, lo que hará más difícil romper con el sistema.

 Las demandas por mejores oportunidades económicas, el hecho de que la inmensa mayoría de la población es joven y el papel que jugará el Islam serán claves para que se abra paso la democracia. Sumado todo esto a la capacidad de la era digital en transmitir al instante los acontecimientos, prometen unos años intensos para esta atribulada región.

Es importante resaltar que a base de un determinismo cultural-que ha jugado un papel en el tratar de entender las diversas sociedades del mundo- se ha argumentado que uno de los grandes obstáculos para la democracia es la religión del Islam. Teniendo presente que la democracia varía según las realidades locales es de suponer que en los países de Medio Oriente que abracen esta fórmula política, la moldeen a sus exigencias particulares lo que sería legítimo si es cónsono con las aspiraciones de la sociedad. Como argumenta el profesor de la Universidad de Stanford, Larry Diamond, el que los habitantes del mundo árabe apoyen la democracia no significa que la misma sea una “democracia secular”.25

Estudios empíricos han demostrado que la incompatibilidad entre democracia e Islam es errónea por lo que no debería ser el Islam un obstáculo mayor para una posible génesis de la democracia en la región.26Poco a poco se van dando señales positivas; el domingo 23 de octubre de 2011 se llevaron a cabo elecciones en Túnez para elegir los miembros de una asamblea constitucional con el fin de establecer un gobierno y se informa que será de unidad entre una coalición de islamitas moderados y liberales.27

Quedan un sinnúmero de desafíos que presentan graves peligros a lo ya alcanzado. En Egipto, el poder político lo conservan las fuerzas armadas que han mantenido un statu quo. Ya la junta militar anunció elecciones para el parlamento pero no para la presidencia, lo que levanta serias interrogantes acerca de sus intenciones.28 Mientras, debe seguir el juicio contra Mubarak y sus más cercanos colaboradores donde se debe garantizar la imparcialidad en los procesos. En Libia, la revolución produjo-como daño colateral- la creación de múltiples milicias y se reportan ya choques armados entre estos distintos grupos.29 Este vacío de poder en el territorio libio ante el colapso del régimen de Gadafi se hace maduro para la intensificación de una “guerra civil” que va a traer repercusiones nefastas a las aspiraciones de libertad y prosperidad del pueblo libio.

El panorama para las potencias occidentales, especialmente Estados Unidos debe tener en cuenta tres elementos que menciona el director del Instituto Washingtoniano para el Estudio de la Política del medio Oriente Michael Singh en una columna publicada originalmente en la revista Foreign Affairs. La Primavera Árabe debe permitir que se tomen en consideración las luchas políticas internas del mundo árabe, presagia que el mismo será posiblemente más anti-americano y anti-israelita y el Medio Oriente será una región más peligrosa y volátil.30

 Si hay algo que no es definitivo es la propia política, por lo que no sabremos hacia donde se dirige la Primavera Árabe y los entuertos que ha provocado (y está por crear) en la política internacional. Lo que sí media, de manera definitiva, es que el mundo árabe va poco a poco rompiendo las barreras centenarias que han limitado su progreso y se prepara para luchar por su futuro.

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